“Yo recuerdo una vez, hace como
diez años, cuando estaba de jefe de la Guardia en Chiriquí, se me mandó a
“combatir”, así decían, una insurrección que había en la zona indígena y que jefaturaba
Samuel González, un cacique indígena. La insurrección consistía en que estos
hombres se negaban a respetar el Himno Nacional, cantando otro himno, se
negaban a izar la Bandera Nacional y estaban izando otra bandera, y se negaban
a hacer caso a las autoridades de Remedios, de Tolé y de San Félix, porque
ellos tenían sus propias autoridades. Recuerdo yo que después de 48 horas de
caminar, con cerca de cincuenta guardias, llegamos al sitio de la
“insurrección” tal como la llamaba el Gobierno Central. Llegamos como a las
cinco y media de la mañana y pudimos ubicarnos en una colina que nos daba un
campo de vista perfecto y que me ponía en condiciones de atisbar lo que estaban
haciendo 4,000 indios allí reunidos.
Pronto advertí que los 4,000 indios
estaban allí conversando, dialogando, tratando de resolver sus problemas. Me di
cuenta de que cincuenta guardias eran insuficientes para aplastar la sana
rebeldía de 4,000 indios reunidos. Y ahí me convencí, señores, de que no hay
bala que pueda acallar el grito de rebeldía de un pueblo. Yo recibía órdenes
por radio: “¿Qué pasó Torrijos? ¿Acabas con ellos?” Espérense, les contestaba,
ustedes no conocen el problema. Entonces me quedé largo rato en esa colina y,
poco a poco, nos fuimos acercando hasta que comenzamos a conversar. En la zona
indígena, en el 58, apareció una clarividente, una mujer de grandes condiciones
de dirigente, una mujer que sentía un profundo cariño por su pueblo, una mujer
de profunda conciencia social, una mujer que revolucionó 400 años de letargo de
nuestro indio. Esta india se llamaba Mama Chí o Pepsigo. Como nuestras autoridades
no entendían, ni se daban a la tarea de investigar, querían destruir. Es mucho
más fácil destruir que investigar; es mucho más fácil mandar a matar que mandar
a sumar.
Ésa fue una de las muchas experiencias que yo
tuve y me di cuenta de que contra la rebeldía de ellos no se podía hacer más que
sumarlos. Y aquellos que decían que era un irrespeto al Himno Nacional, no era
irrespeto; era que no lo conocían y, por eso tenían que cantar su propio himno.
Y aquellos que decían que era un irrespeto al pabellón, no era irrespeto. Es
que no conocían al Pabellón Nacional y tenían que izar un pabellón que era el
pabellón de su zona indígena. Y aquellos que decían que era un desconocimiento
a la autoridad, no era un desconocimiento; era la autoridad central la que los
estaba desconociendo a ellos. Porque queríamos juzgarlos con los mismos
patrones, con los mismos códigos que nos juzgamos nosotros. Y por eso la
autoridad allí fracasó, porque no los entendíamos y éramos nosotros los que teníamos
que entenderlos a ellos. Porque ellos eran los primitivos habitantes de este
país.”
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