Nelson Mandela nació el 18 de
julio de 1918 en Qunu, un poblado de unos 300 habitantes que vivían en unas
chozas con paredes de barro y un palo de madera que sostenía el techo de
hierbas. A los cinco años ya pastoreaba ovejas y becerros, y se entretenía con
sus amigos con juegos como “ndize” (las escondidas) o el “thinti”, donde
dominaba técnica de la pelea con palos, esencial para los chicos africanos. “Al
volver a casa –cuenta en su libro “La larga marcha hacia la libertad”–, mi
madre me contaba leyendas Xhosa que pasaban de generación en generación. Mi
padre, cuando estaba casa, me fascinaba con las historias los guerreros
luchando contra la opresión del hombre blanco”.
Su padre, Henry Mgadla Mandela,
era jefe de Consejeros del Caudillo Supremo del clan de los Thembus. De él
heredó un obstinado sentido de la justicia y del honor. Todo en su infancia
transcurría sin novedad, hasta que un día su padre tuvo un conflicto por desafiar
la autoridad de un magistrado británico, y pasó de ser un acaudalado ciudadano
a perder todos sus cargos, títulos y propiedades. Cuando Nelson cumplió nueve
años, su padre murió y él fue trasladado a casa del jefe de Jongintaba, el
líder del poblado Thembú, que se encargó de educarlo durante los diez
siguientes años.
Fue por aquellos años cuando supo
de verdad lo que era la pobreza. “Entonces aprendí más de lo que significa ser
pobre que en toda mi infancia en Qunu. Muchos días caminaba los diez kilómetros
hasta el pueblo por la mañana y por la tarde, para ahorrarme la tarifa del
autobús. Muchos días comía sólo una vez, y rara vez podía cambiarme de ropa.
Sin embargo, la pobreza es un potente generador de auténtica amistad. Mucha
gente aparenta ser amigo cuando las cosas te van bien, pero son muy pocos pero
valiosos los que se te acercan cuando no tienes nada. Si la riqueza es un imán,
la pobreza actúa a modo de repelente. Pero hace aflorar unos grandes
sentimientos de camaradería y generosidad en los demás”.
Junto con su compañero de
estudios Oliver Tambo, ingresó a los 17 años en el internado metodista de
Healdtown y luego en la Universidad de Fort Hare, participando activamente en
campañas de protestas por las injusticias raciales, que finalmente provocaron
su expulsión de la universidad en 1940. Se trasladó entonces a Johannesburgo y
obtuvo allí su grado de Artes, estudiando por correspondencia. Continuó luego
en Witwatersrand, hasta que obtuvo la licenciatura en Derecho.
Posteriormente trabaja en una
firma de abogados. Su participación política continúa, y crea en 1944 una rama
juvenil del Congreso Nacional Africano (en inglés, ANC), organización que lucha
por la defensa de los derechos de la minoría negra en Sudáfrica. Pronto se
convierte en el máximo dirigente del movimiento. A partir de 1952, con motivo
de la "campaña del desafío", Mandela pasa a defender la unión de los
distintos grupos culturales de raza negra en para desarrollar una estrategia
común en defensa de sus intereses y en contra de la política del
"apartheid". La actividad militante de Mandela le hacía no sólo
participar en las actividades de la organización sino que también le llevó a
fundar un despacho de abogados, el primero regentado por negros. Conocido
activista, ya es muy notoria su oposición al gobierno y su participación en
actos radicales. Por ello, el gobierno sudafricano ordena su detención en
diciembre de 1952, aplicando la “Ley de Represión del Comunismo”, en virtud de
la cual es condenado a nueve meses de prisión. Más tarde, aunque la condena no
es aplicada, se sustituye por la prohibición de participar o acudir a actos
políticos y a no poder salir de Johannesburgo, pena que será constantemente
renovada durante los nueve años siguientes. La condena y el seguimiento de que
es objeto por parte de las autoridades policiales no impide que siga mostrando
una intensa actividad a favor de los derechos de los negros.
Nuevamente detenido, fue acusado
de traición y procesado en diciembre de 1956 junto a otras 156 personas, en un
juicio que terminó en 1961 con una sentencia absolutoria. Una manifestación en
protesta por la muerte de 56 personas en Sharpeville a cargo de la policía
sudafricana fue el detonante para que el Congreso Nacional Africano y el
Congreso Panafricano, otra organización similar, fueran prohibidos. Mandela,
que preveía una nueva detención y condena, hubo de esconderse y vivir de manera
clandestina. Durante esta etapa, se dedica a recorrer el país junto a Sisulu,
con el objetivo de organizar tres días de huelga. La cerrazón del gobierno y la
brutal respuesta policial a los actos reivindicativos decidieron a la dirección
clandestina del ANC a emprender la lucha armada. Estamos en 1961, y se inaugura
así un periodo de enfrentamiento que se prolongará durante largos años. Para
organizar la lucha, el ANC crea el grupo Umkhonto we Size ('La lanza de la
nación'), dirigido por Mandela. Para recabar apoyo internacional viajó a Dais
Abeba, donde se estaba celebrando en 1962 la Conferencia Panafricana. Más
tarde, se desplazó a Argelia y a Londres. A su vuelta a Sudáfrica ese mismo
año, fue detenido y condenado a cinco años de cárcel por el delito de rebelión
y por salir ilegalmente del país. Encarcelado, un registro policial en la sede
del ANC en Rivonia halló el diario de Mandela, en el que explicaba sus
actividades durante sus viajes al extranjero. Por ello, junto a otros
activistas, fue nuevamente juzgado, recayendo sobre él esta vez la pena de
cadena perpetua. Durante el juicio, entre octubre de 1963 y junio de 1964, él
mismo se encargó de su defensa y de la de sus compañeros, si bien eso no
impidió que hubiera de pasar en la cárcel los siguientes 27 años de su vida.
Su estancia en prisión movió el
apoyo de gran parte de la comunidad internacional, que le convirtió en un
símbolo de la lucha contra el "apartheid" y la discriminación racial.
Tras pasar dieciocho años en la prisión de Robben Island, en 1982 fue recluido
en la de Pollsmoor (Ciudad de El Cabo). La presión internacional logró que el
presidente sudafricano Pieter Botha le ofreciera en 1986 la libertad
condicional, oferta que Mandela rechazó por cuanto no conllevaba una apretura
del régimen hacia la igualdad racial. La situación no cambió hasta la llegada
en 1990 de un nuevo presidente, Frederick de Klerk, que legalizó el ANC y
liberó a Mandela en febrero de ese mismo año. No obstante, aun quedaba mucho
camino por recorrer, por lo que Mandela, puesto al frente del ANC, hubo de
negociar con el gobierno las bases para la reforma, todo ello en medio de un
clima de fuerte enfrentamiento social entre los propios grupos negros y el
miedo de la minoría blanca al desencadenamiento de represalias una vez que
estos pudieran llegar al poder. Llegadas a buen término, el resultado supuso la
derogación del régimen racista, aunque no la igualdad económica, pues la
mayoría de la población negra se encuentra en una situación cercana a la
pobreza. Mandela y De Klerk recibieron el premio Nobel de la Paz en 1993. Unas
elecciones generales celebradas en mayo de 1994, en las que participaron todos
los grupos, dieron el poder a Mandela, que se convirtió así en el primer
presidente negro de la historia de Sudáfrica. Desde entonces, Mandela es uno de
los líderes mundiales más relevantes, con especial significación en el
continente africano. Desde su cargo, ha ejercido como mediador en varios de los
conflictos que asolan Africa.
Durante los 13 años que
permaneció en la prisión de Robben Island, fue obligado a realizar trabajos
forzados en las minas de cal de la isla. No les permitían usar gafas oscuras y
los reflejos del sol sobre la cal dañaron sus ojos para siempre. Estando en la
cárcel murió su madre y uno de sus hijos, pero se le negó el permiso para
asistir a sus funerales. La dureza de la situación le hizo meditar
profundamente: “Una cosa es escuchar, hablar y pensar sobre la adversidad
–escribió–, y otra totalmente distinta es tenerla que experimentar en tus
propias carnes. La cárcel no sólo te priva de tu libertad, te intenta robar tus
señas de identidad. Es un sistema totalitario en estado puro, que no tolera
ningún vestigio de independencia y de individualidad. La cárcel esta diseñada
para destrozar tu espíritu y tu voluntad. Para ello, las autoridades explotaban
cualquier debilidad, derruían cualquier iniciativa, negaban cualquier vestigio
de lo que nos hacía a cada uno ser lo que éramos.” Las visitas de su esposa
tenían lugar en presencia de un atosigante guardián, y tardó 21 años en poder
acariciar su mano, pues un cristal se interponía entre ellos.
Cuando fue puesto en libertad, el
10 de febrero de 1990, tenía todas las razones para sentir odio y rencor a
quienes le habían hecho pasar 27 años en una prisión inhumana por una condena
injusta. Sin embargo, su reacción fue siempre de perdón y espíritu conciliador:
“A punto de salir de la cárcel, Badenhorst se dirigió a mí directamente para
desearme buena suerte a mí y a mi gente. Badenhorst probablemente había sido el
más cruel y salvaje comandante que habíamos tenido en Roben Island. Pero ese
día, en la oficina, comprendí que existía otro aspecto de su naturaleza, un
lado un tanto escondido de su persona, pero que ahí estaba. Me ha servido
siempre de recordatorio de que todo ser humano, incluso los que parecen más
odiosos, tiene una parte noble, y si se mueve su corazón, es capaz de mostrar
humanidad. Badenhorst no era el demonio; su falta de bondad había sido alentada
por un sistema inhumano. Otro de lo carceleros, el oficial Swart, había
preparado una comida de despedida. Se lo agradecí. Al oficial James Gregory le
abracé efusivamente. Durante los años en que me vigiló nunca discutimos de
política, nuestros lazos no necesitaban de palabras. Hombres como estos me
reafirman en mi fe en la humanidad”.
La estancia en la prisión templó
enormemente su espíritu: “Es de los compañeros que pelearon por la libertad
–comentaba– de quien aprendí el significado de la palabra coraje. Una y otra
vez he visto hombres y mujeres arriesgar sus vidas por esa idea. He visto a
seres humanos soportar ataques y torturas sin romperse, sin descomponerse, mostrando
una fortaleza y resistencia que desafían a la imaginación. Aprendí entonces que
coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre ese instinto básico.
Sentí miedo muchas más veces de lo que puedo recordar, pero lo ahogaba en una
máscara de atrevimiento. El hombre bravo no es aquel que no siente miedo, sino
el que lo conquista y lo domina”. “Recuerdo –contaba en otra ocasión– cuando
Gericke, el capitán, me gritó: –Nunca me hables así, chico, y empezó a caminar
hacia mí. No es nada agradable saber que alguien te va a pegar una paliza y no
podrás defenderte. –Si me pone una mano encima le llevaré hasta el más alto
tribunal, y cuando haya acabado todo, será usted tan pobre como su gusano, le
chillé con toda la fuerza que pude recoger. Tenía tanto pánico que no hablé por
coraje, fue una bravata que a mí mismo me sorprendió. A veces tienes que poner
una fachada fuerte a pesar de lo que sientas por dentro”.
“En la prisión –continúa–, sería
muy difícil, casi imposible, resistir si estás solo. Ese fue el mayor error de
las autoridades, mantenernos juntos, porque unidos nuestra determinación se
fortaleció muchísimo. Nos apoyábamos todos, sacábamos fuerzas de cada uno de
los compañeros. Cualquier cosa que sabíamos, la aprendíamos, la compartíamos
enseguida, y de este modo el coraje individual que cada uno mantenía se
multiplicaba”.
En sus años en la cárcel meditó
profundamente sobre la situación de su país y sobre cómo resolverla: “Siempre
supe que en lo más profundo del corazón humano hay misericordia y generosidad.
Nadie nace odiando a otra persona por razón de su piel, de su origen, de su
formación o de su religión. La gente aprende a odiar, y si los hombres y
mujeres pueden aprender a odiar, también pueden aprender a perdonar y a amar.
El amor es más natural al corazón humano que su opuesto, el odio. Incluso en
los momentos más horrorosos en prisión, cuando mis compañeros y yo éramos
empujados al vacío, podía ver un atisbo de humanidad en los guardianes. Quizá
sólo un segundo, pero era suficiente para confiar en la bondad del ser humano.”
Cuando salió de la prisión y se
dirigió a la muchedumbre, evitó la demagogia fácil y oportunista de las
promesas y expectativas baratas, y colocó la pelota en el tejado de cada
vivienda y cada familia: “La vida –les anunció– no va a cambiar drásticamente,
a excepción de que seréis ciudadanos de vuestra propia tierra. Tenéis que tener
paciencia, podéis tener que esperar cinco años a ver resultados. Les desafié,
no quería protegerles: Si queréis seguir viviendo pobres sin comida ni calzado,
entonces id a beber a la cantina. Pero si queréis mayor prosperidad, debéis
trabajar duro. No podemos hacerlo todo por vosotros; debéis hacerlo vosotros
mismos”.
“Como líder –reflexionaba–, uno
debe estar dispuesto a tomar decisiones, a emprender acciones impopulares, o
que al menos sus resultados y efectos positivos no se van a ver y disfrutar en
años.” Era preciso tomarse tiempo, superar el odio y la impaciencia acumulados:
“Yo había sido corredor de larga distancia. Disfrutaba de la disciplina y la
soledad de los corredores de fondo. Me permitía escaparme de las prisas de la
escuela y evadirme al campo con mis pensamientos. Las pruebas y carreras de mi
infancia me enseñaron lecciones valiosísimas, me formaron en hábitos que luego
me han sido de mucha utilidad”.
Al asumir su cargo de presidente
renunció a una tercera parte del salario y creó el Fondo Nelson Mandela para la
Infancia. “Si yo no hubiese estado en prisión, no sé si hubiera sido tan bueno
con los niños. Estar preso durante 27 años sin ver niños es una experiencia
terrible”.
Sacrificó su vida por buscar una
salida al racismo. Salió de la cárcel sin rencores y siguió luchando por
encontrar una alternativa que impidiera una guerra en Sudáfrica ante la crisis
racial que atravesaba ese país: “He peleado en contra de la dominación blanca y
de la dominación negra. He apreciado el ideal de una sociedad democrática y
libre, donde todas las personas conviven con igualdad de oportunidades.
Representa un ideal por el cual vivo y espero alcanzar. Pero, de ser necesario,
un ideal por el cual estoy dispuesto a morir.”
A pesar de la violencia generada
por el apartheid, afrontó la transición con tolerancia y prudencia. “Cuando
salí de la cárcel –comentaba– me impuse como misión la libertad de todos. La
verdad es que todavía no somos libres. Simplemente hemos logrado la libertad
para ser libres, el derecho a no ser oprimidos. Ser libre significa respetar al
otro. He caminado un largo trecho hacia esa libertad. He intentado no vacilar.
He tenido trompicones en el camino. Al fin he descubierto el secreto: después
de conquistar una gran colina, uno descubre que hay muchas otras colinas que
escalar. He tomado un momento aquí para descansar, para ver un poco de la
perspectiva del camino que ya hemos recorrido. Pero sólo puedo descansar un
momento, porque con la libertad vienen las responsabilidades. No me puedo
retrasar, porque nuestro largo camino aún no ha terminado.”
Primera Entrevista de Mandela en Televisión después de salir de la cárcel
No hay comentarios.:
Publicar un comentario